A menudo, el recuerdo del cine producido durante la Transición española queda monopolizado por las películas más estridentes. Por las exhibiciones más o menos babosas de cuerpos femeninos que caracterizaban las diversas caras del destape fílmico. O por los atracos a punta de navaja y los robos de coches que abundan en eso que terminó calificándose como cine quinqui. Pero la violencia callejera y la inseguridad ciudadana tan insistentemente representada en películas como Perros callejeros, Navajeros o Deprisa, deprisa, tenía otra faceta en el mundo real y en su plasmación en celuloide: la violencia ultraderechista.
Los inicios de la democracia en la España de los años setenta y los primeros ochenta del siglo pasado supusieron un cierto auge del cine político, fuese en forma de drama o de documental más o menos militantes, o comedia (desde la sátira berlanguiana a comedias machistamente erotizadas como Que vienen los socialistas).