Las cartas están ya nuevamente boca arriba. Bakú se siente lo suficientemente fuerte como para rematar la tarea que considera pendiente desde hace mucho: recuperar el control sobre la totalidad de Nagorno Karabaj, zona de mayoría armenia incrustada en Azerbaiyán.
Entiende que, a la sombra de la guerra en Ucrania, dispone de un amplio margen de maniobrar para asestar el último golpe a una Armenia que no cuenta con medios propios para resistir la embestida ni con un respaldo efectivo de Rusia, a pesar de que Moscú figura como garante de su seguridad en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva –de la que decidió retirar a su representante el mes pasado–.