La muerte abrupta el pasado lunes del presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, por un ataque al corazón supuso una alegría para decenas de miles de refugiados burundeses que desde hace años viven en Uganda, si bien pocos creen que su desaparición detendrá la violencia y mejorará el futuro del país.
"Al principio, no podía creérmelo. No me esperaba esa noticia. Se escucharon gritos de alegría dentro del campamento, pero pensaba que sería un bulo", explica por teléfono a Efe Sylvie Mbabazi (nombre ficticio por razones de seguridad), de 44 años y refugiada en el campamento de Nakivale (suroeste de Uganda), donde residen más de 38.300 burundeses.
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