Back to Top

El G-7 muestra las grietas que Trump ha infligido al orden multilateral

El G-7 muestra las grietas que Trump ha infligido al orden multilateral

La unidad de acción del club más exclusivo del planeta para ahogar las finanzas del Kremlin no tiene visos de volver a emerger. El actual mandato de Donald Trump augura desencuentros entre sus siete socios. La pinza Trump-Putin se ha convertido en el Caballo de Troya con el que desmantelar el sistema multilateral engendrado en Bretton Woods

Un billón de dólares de intereses de deuda y rebaja fiscal, la pinza que retiró a EEUU su última triple A

El G-7 no se siente cómodo al entrar en su etapa de madurez.

A punto de cumplir el medio siglo de vida -el club de las mayores potencias industrializadas de 1975 cobró carta de naturaleza en el otoño de ese año en Chateau de Rambouillet, majestuoso castillo a 50 kilómetros de París que fue durante siglos residencia oficial de la realeza francesa-, se apresta a atravesar una crisis de identidad de incalculables consecuencias.

A su próxima cita del 16 y 17 de junio en Alberta, la capital de las Montañas Rocosas canadienses, Donald Trump acudirá sin haberse resarcido de su pretensión de que Canadá, el histórico aliado americano de EEUU entre la elite de naciones de rentas altas, se adhiera como el estado 51 de la Unión, una proclama que se recibió inicialmente como una fanfarronería de mal gusto en las cancillerías de todo el mundo, pero que ha cobrado tintes de realidad. Tras un extenso compás de espera que hizo dudar a Ottawa, incluso, de su presencia en la cumbre. Y, sobre todo, sin una estrategia concertada entre sus socios en tiempos geopolítica y económicamente convulsos.

Justo el mandato de estabilización del orden global que se autoimpuso en su acta de nacimiento. Tal y como lo cinceló para los anales de la historia el presidente francés, Valéry Giscard d’Estaing, anfitrión e instigador del club junto al entonces canciller alemán Helmut Schmidt y al secretario del Tesoro George Shultz durante el mandato de Richard Nixon. Al brindar con vino de Burdeos con sus huéspedes por el alumbramiento del inicialmente G-6, justificó su puesta en escena en la necesidad de “mantener conversaciones francas” sobre asuntos económicos compartidos que resultan de “sumo interés” a la hora de evitar que “el capitalismo se sumerja en episodios de crisis”.

Dos años más tarde, en 1977, y tras consumarse el sorpasso de Italia, que se encaramó al grupo inicial al aflorar contrarreloj el 23% de su economía sumergida para obtener el plácet de ingreso, Canadá se unió al club. Por insistencia de Shultz, que ya presenció entonces un exceso de voces europeas.

Mucho ha llovido desde su puesta de largo internacional. No tanto, pero casi, como en los cuatro años en los que Trump ha dejado de asistir a sus citas semestrales. La versión 2.0, más agresiva, caótica y con una indisimulada pretensión de cambiar el orden mundial, no cuenta con los gestos distantes hacia Trump de la ex canciller Angela Merkel. Como tampoco podrá exhibir su reciente hoja de servicio en común, la que permitió que al G-7, durante la Administración Biden, lograse moldear sanciones monetarias, económico-comerciales y diplomáticas contra el Kremlin por la invasión de Ucrania. O presentar credenciales de otros tiempos. Porque los seis fundadores eran dueños del 70% de la riqueza global; ahora, el G-7 no representa siquiera el 30% del PIB y el 10% de la población del planeta.

Doble trampa geoestratégica mundial

Y lo que es peor para sus intereses. La pinza geoestratégica de la Rusia expansionista de Vladimir Putin y del América, first del MAGA trumpista está socavando sus aspiraciones y mermando sus siempre complejos consensos internos. Hasta el punto de haberse dado un baño de realpolitik, sin haber expirado el primer semestre de la versión 2.0 del líder republicano en la Casa Blanca y alejado de aquel espíritu de 1975, cuando emitió un primer compromiso de lo más convincente en favor de “una cooperación internacional más estrecha y un diálogo constructivo en un mundo de creciente interdependencia”.

“En menos de un año, con la salida de Biden y el retorno de Trump, el G-7 se ha transformado”, admite Lawrence Herman, abogado, investigador del Instituto C.D. Howe de Toronto y antiguo alto cargo del Departamento de Asuntos Exteriores canadiense en los años setenta, por la guerra comercial desatado por Washington contra sus socios del club que amenazan su bienestar. Todo un reto -señala- para el anfitrión, Mark Carney, ex gobernador tanto del Banco de Canadá como de la autoridad monetaria británica, y nuevo primer ministro en sustitución del también liberal Justin Trudeau y que ha capitalizado parte de las críticas externas hacia Trump. Mientras intenta avanzar en un acuerdo arancelario al que se le ha adelantado el premier Keir Starmer.

Mientras Alemania y Europa guardan un enigmático silencio, igual que Japón, describe Herman. A su juicio, el G-7 ha reducido su capacidad colectiva con Putin, Trump y el Brexit y está en riesgo de “perder su utilidad y caer en la irrelevancia”. En un momento de desafíos globales, amenazas de quiebra del orden mundial y peligro de que una sucesión de acontecimientos geopolíticos desencadene un giro copernicano en la gobernanza global.

La OTAN es el otro gran punto de ebullición provocado por el MAGA americano. A instancias de la Administración Trump, la Alianza se ha autoasignado nuevos planes operativos sin disponer todavía de recursos adicionales para ello. Los 32 ministros de Defensa aliados, comandados por su nuevo jefe político, el antiguo jefe de gobierno holandés, Mark Rutte -también liberal- se ha propuesto “dar un decidido paso hacia adelante”.

En su ambiciosa nueva hoja de ruta, enfocada a reforzar la seguridad en el Viejo Continente con cargos extraordinarios, Rutte habla de unos gastos del 5% del PIB, nada menos que 3 puntos por encima del tope inicialmente planteado por Trump. Sin mediar autorización previa de sus socios y sin que, como aseguraba el gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, en una reciente entrevista en El País, “parezca que [el 5% del PIB] proceda de un análisis riguroso”.

Aunque ese no parece un argumento suficiente. Al fin y al cabo, el objetivo de mantener a raya los déficits fiscales por debajo del 3% emanó en 1981 de la sugerencia de Pierre Bilger, director de Presupuestos bajo la presidencia del socialista François Mitterrand para poner coto desde el Ministerio de Finanzas a los titulares de carteras con propensión al gasto del Estado galo y, a día de hoy, se ha convertido en un sacrosanto principio de la teoría liberal al uso.

Instituciones en el punto de mira americano

Sin embargo, los grandilocuentes movimientos geopolíticos que baraja Trump van más allá del G-7 y de la OTAN. Arremeten contra la cultura woke, imponen criterios unilaterales, entierran la llamada Pax Americana y el soft-power diplomático y afectan a gran parte del sistema de reglas que surgió de Bretton Woods, en 1944. Así lo afirma Allison Carnegie, profesor de la Universidad de Columbia en Foreign Affairs, donde recuerda que Trump ya condenó en su primer mandato las instituciones multilaterales y arremetió contra lo que describió como “una élite irresponsable y globalista” para justificar la retirada de EEUU de los Acuerdos climáticos de París.

El presidente americano es “fiel a una ética populista a la que le irrita el multilateralismo”, lo que le lleva a impulsar “políticas aislacionistas y cuestionar la cooperación internacional”.

Entre 2016 y 2020 sacó a la Casa Blanca de la Unesco y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU por considerarlos anatemas de su America, first. Ahora, su retorno reconoce que “podría retirarse de la OMS) y la OMC”, con las que ha sido “especialmente crítico”. Cree que no necesita a ninguna de ellas con un negacionista de las vacunas como Robert Kennedy Jr. y con un árbitro de la libertad de mercado que le afee su Día de la Liberación Arancelaria, aducen.

Todo ello podría tener repercusiones peligrosas, porque su operativa “depende de la confianza mutua” y si EEUU se desmarca de sus reglas, otros países le seguirán y “se erosionarán todos los cimientos de la cooperación mundial”.

Tampoco le gusta el FMI ni el Banco Mundial, las instituciones hermanas surgidas de Bretton Woods. Ni siquiera la OCDE, depositaria de la confianza del G-20 en la supervisión del gravamen mínimo y universal del 15% sobre los beneficios empresariales. “Podría debilitarlas creando otro entramado que compita contra ellas” que brindarían a Washington una “apariencia de respaldo multilateral”. O influir sobre algunas existentes para que se alineen a su causa. Como lo ha hecho Narendra Modi con el Nuevo Banco de Desarrollo que ayudó a fundar, o Xi Jinping con el brazo inversor del Banco Asiático para promover redes de infraestructuras en la Nueva Ruta de la Seda y afianzar sus intereses comerciales.

En su opinión, estas instituciones “deben ser proactivas”, aceptar el hacha de guerra trumpista e impedir su deterioro, que dejaría al orden global “en extrema vulnerabilidad”.

Riesgo de demolición multilateral

También Andreas Dombret enfatiza que el mandatario republicano “es una amenaza real para el sistema financiero internacional” en Atlantik Bruecke, think-tank alemán que dice inculcar una cultura atlantista germano-estadounidense. Este ex consejero del Bundesbank y del Consejo de Supervisión del BCE, señala al FMI y el Banco Mundial como sus próximos objetivos. “Hay un temor tácito a que tratará de controlar a sus cargos ejecutivos”. Entre otras razones, porque las considera herederas de John Maynard Keynes, uno de sus inspiradores, del Plan Marshall y de la Pax Americana.

“Lo mismo que desea para el G-20”, el mayor ejemplo reciente de gobernanza global. A través de la presión desregulatoria que ejerce con Europa y que ya se ha traducido en descoordinación en entidades como el Comité de Basilea del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés) sobre los estrés-test bancarios entre EEUU, Japón, Reino Unido y la UE. “No debemos olvidar” -expresa- que el Project 2025 que la Heritage Foundation ha diseñado para Trump dice que el FMI, el Banco Mundial y el G-20, que emergió del colapso crediticio de 2008 como el foro destinado a unificar criterios entre el G-7 y los grandes mercados emergentes, están regidas por elites globales que “adoptan teorías y políticas económicas contrarias a los principios rectores americanos” y recomienda a Washington que suspenda su financiación.

Bajo esta táctica de demolición, Dombret considera que Rusia estaría encantada, China sería la mayor beneficiaria de una influencia internacional que ya practica con éxito y solo Europa estaría en condiciones de configurar “muros de contención” contra EEUU como lo está haciendo ahora en el terreno de la seguridad. Empezando por una OMC con o sin el mayor mercado global aduce Robert Staiger, economista estadounidense y profesor del Dartmouth College.

Cron Job Starts