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Trump busca enterrar con inversiones masivas el hacha de guerra de las empresas tras sus 100 días de gestión

Trump busca enterrar con inversiones masivas el hacha de guerra de las empresas tras sus 100 días de gestión

La Administración Trump ha cambiado el semblante a EEUU, aunque sin el resultado deseado. Lejos de aumentar la riqueza nacional, la escalada arancelaria deja un reguero inflacionista, riesgo de recesión, fugas de capitales, un descenso del dólar y alteraciones en los bonos del Tesoro

Trump descubre el primer tope de su mandato: los mercados

Desde la toma de posesión de Donald Trump como 47º presidente estadounidense, el pasado 20 de enero, el índice S&P 500 de las mayores empresas estadounidenses ha retrocedido más de un 9%.

Peor suerte ha tenido el Nasdaq, con un fuerte componente tecnológico, cuyo descenso ha rozado el 15%. Los gigantes tecnológicos que impulsaron el auge de Wall Street –Alphabet, Apple, Nvidia y el resto de los conocidos como los Siete Magníficos: Microsoft, Meta, Amazon y Tesla– han perdido una cuarta parte de su valor. Este enrarecido clima inversor, provocado antes y después del Día de la Liberación Arancelaria por una política comercial decimonónica que nada tiene que ver con el libre mercado y que ha puesto en jaque a la globalización, es el que ahora se afana por apaciguar el actual inquilino del Despacho Oval.

No es para menos. El adalid del capitalismo ha sido capaz, en los 100 días de tregua que siempre se conceden en los sistemas democráticos a la gestión inicial de cualquier gobierno de defenestrar el valor del billete verde americano y, en esa desaforada fuga de capitales, encumbrar al oro o al bitcoin como valores refugio mientras capea el temporal.

“Ha sido el peor periodo de gracia de un presidente estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial”. El epitafio lo ha acuñado Lawrence Summers, secretario del Tesoro con Bill Clinton y director de la oficina de asesores económicos de Barack Obama. Así resume un sentir generalizado en el mercado al cumplirse los tres meses de andadura inicial del Gobierno Trump. Durante el cual, el presidente republicanos no solo ha invocado el fantasma del proteccionismo comercial, sino que también ha cargado contra otro de los sacrosantos principios neoliberales: la independencia y soberanía plena de los bancos centrales para determinar la estrategia monetaria.

Las embestidas contra Jerome Powell, con amenazas de despido –improcedente, del todo punto, porque el cese de un presidente de la Fed debe tener causas sobradamente justificadas– que se hicieron notar como réplicas sísmicas a lo largo de varias jornadas de Wall Street.

Todo ello ha puesto en tela de juicio otras dos de sus proclamas. Por un lado, el recorte de gastos federales, encargada al DOGE de Elon Musk, con el que trata de aportar una dosis de disciplina fiscal a un déficit del 7,4% y una deuda de 36,4 billones de dólares para no tener que tocar la billonaria partida de Defensa y, por otro, abordar lo antes posible otra doble rebaja impositiva a rentas personales y beneficios empresariales que mermarían aún más las debilitadas arcas del Tesoro americano, que ya sufrieron los daños colaterales de su baja recaudación por los recortes tributarios que Trump impuso en 2017 –y que aún están en vigor– al activar los estímulos fiscales durante la Gran Pandemia.

Sabedor de que el punto débil de toda su política económica ha sido la parálisis inversora y, por ende, la desconfianza empresarial en su gestión, el líder republicano busca ahora recuperar para su causa a un sector privado dividido, pero al que nunca le amargan dulces que nutren de capital a sus estrategias corporativas. De hecho, en otro de sus golpes de efecto, ha declarado la jornada de los 100 primeros días de gestión como el Día de las Inversiones. Nada más llegar de un mitin en Michigan –quizás el más emblemático de los nueve estados que conforman el Rust Belt o el Cinturón del Óxido de la América industrial– previo a la convocatoria de empresarios en la Casa Blanca para tal efeméride, proclamó a los cuatro vientos que su gobierno había asegurado más de 5 billones de dólares –más que el PIB de Alemania, el tercero del mundo– en capitales dentro del territorio estadounidense y más de 451.000 nuevos puestos de trabajo en sus tres meses de gracia.

El sector privado ‘amigo’ de la Administración Trump

Para alguno de los empresarios, un halo de esperanza para revitalizar la industria americana, en medio de una generalizada convulsión de los mercados. Para otros, pura demagogia después de que Wall Street registrara los peores 100 días desde el segundo mandato de Richard Nixon, en 1973. Porque entre el sector privado americano se ha desencadenado una auténtica cruzada de partidarios y detractores de la versión Trump 2.0.

Entre los primeros, destacan los primeros espadas de compañías como Nvidia, Eli Lilly, Johnson & Johnson o Softbank y, en general, de los sectores militar, tecnológico, médico-farmacéutico y productos de consumo. Al calor del compromiso de liberar créditos por valor de 2 billones de dólares. A los que se podría unir la industria automotriz, a la que considera –dijo en Detroit, cuna de las marcas automovilísticas estadounidenses– rebajar la escala arancelaria. Sus ejecutivos son los más proclives a asumir la tesis de la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, de que, con Trump, “se ha conseguido en 100 días más inversiones para EEUU que en 4 años de Joe Biden” y a aceptar que Invertir en América, el retocado lema esbozado para la ocasión, es una estrategia encaminada a hacer despegar a las fábricas del país.

El cuidado del dirigente republicano por ganar ejecutivos a su política económica se comprobó la semana pasada cuando se reunió con los máximos responsables de Walmart, Home Depot o Target, sumamente preocupados por el parón consumista, a los que les espetó las bondades de su táctica arancelaria. Son tres botones de muestra de empresarios tendentes a minimizar las extravagancias y el caos que, según la balanza a la que se inclina el consenso del mercado, reina desde la proclamación del Día de la Liberación Arancelaria, el 2 de abril. Ante ellos, justificó las 90 jornadas de tregua a los aranceles recíprocos para negociar nuevos y más bajos gravámenes de forma bilateral.

El mismo argumento que utilizó ante patronales del sector de la automoción, a las que puso en valor la decisión de Honda, Nissan o Toyota de redoblar sus inversiones en EEUU para seguir ganando cuota de mercado frente a los fabricantes estadounidenses. O que empleó con la estrategia de ASML, el fabricante de circuitos integrados holandés, para competir con sus rivales americanos en el mayor mercado mundial.

Este nervioso impulso inversor trumpista se aprecia en el reiterado recordatorio de invertir más de 20.000 millones de dólares en construir centros de datos, con encargos mayoritarios a Damac –el emporio de su rico amigo emiratí, Hussain Sajwani– o crear una joint–venture entre OpenAI. SoftBank y Oracle para financiar la infraestructura de Inteligencia Artificial (IA) americana. A la expectativa, en cambio, está Nvidia. Su CEO y fundador, Jen-Hsun Huang, espera contrapartidas por la pérdida de 5.500 millones de dólares surgidas del veto de Washington a vender sus chips H2O en China. O Eli Lilly y Jonhson & Johnson, que tienen en cartera la construcción de plantas de fabricación de medicamentos por 27.000 y 55.000 millones de dólares. Al igual que IBM, que planea invertir hasta 150.000 millones en desarrollar equipos informáticos el próximo lustro.

Lista de empresarios detractores a su gestión

Del otro lado, sin embargo, la lista de opositores a los cantos de sirena inversores que proceden del Despacho Oval es también numerosa. El director ejecutivo de Pfizer, Albert Bourla, enfatiza que la incertidumbre arancelaria está frenando la inversión estadounidense en manufacturas e I+D+i y que su compañía refleja una previsión de pérdidas de 150 millones de dólares por el alza arancelaria. También desde Porsche, Carlsberg, Volvo, General Motors o JetBlue se insiste en los lastres en sus ventas que suponen las tarifas recíprocas y admiten estar abordando expedientes de regulación de empleo para reducir costes. Adidas o Lufthansa se unieron a las críticas por su reducción de márgenes de beneficio, un grito generalizado entre las firmas automovilísticas, las aerolíneas, o las empresas de productos perecederos y agroalimentario.

Porsche admitió no poder hacer estrategia más allá de dos meses, después del parón de mayo, y que solo se puede basar en el traslado de sus costes adicionales al cliente; un cheque que Citigroup valora en 2.300 millones de dólares en 2025 con los gravámenes estipulados para esta industria por la Casa Blanca. Volvo Car anunció recortes por valor de 2.000 millones de dólares por la caída de demanda y las tenciones comerciales. Mientras General Motors los elevaba hasta los 4.000 millones.

También las firmas de envíos transfronterizos, como United Parcel, FedEx o UPS han disminuido sus perspectivas financieras ante la “incertidumbre macroeconómica” de estanflación o, en su defecto, recesión, como dan por hecho algunos bancos de inversión como JP Morgan que elevan esta probabilidad hasta el 60% frente al 40% del FMI. Mientras desde farmacéuticas como Astra Zeneca, su director ejecutivo, Pascal Soriot, insiste en que los aranceles no son cómodos para su sector, que precisa de ingentes cantidades de inversión en I+D+i y sus homólogos de Kraft Heinz u Oscar Meyer resaltaban la pérdida de propensión al gasto de los consumidores en EEUU y en otras latitudes del planeta.

Aunque a quienes parece haber cambiado el paso Trump ha sido a los jerarcas de las grandes tecnológicas. Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Alphabet –Google–) y Elon Musk, el dueño de Tesla y Space X y ejecutor de los recortes federales desde el DOGE, estuvieron entre los líderes tecnológicos que apoyaron a Donald Trump en su toma de posesión, en busca de sus procesos de desregulación. Pero, 100 días después, sus firmas presentan resultados trimestrales por debajo de las expectativas del mercado, con caídas de capitalización que, en el caso de Tesla, han rozado el 50%.

Juan Zarate, presidente del Center on Economic and Financial Power, explica la estrategia que busca Trump, al que le deja una clara advertencia. El presidente americano –asegura en Foreign Policy– pretende desarrollar una política de inversión mientras resuelve su crucigrama tarifario para lo que tendrá el apoyo de cierto capital extranjero amigo que impulsará la innovación y el dinamismo. Pero para que EEUU siga liderando el orden mundial, “necesitará nuevas alianzas y reglas de juego que garanticen un juego limpio, un flujo de capital fluido y cadenas de suministro fiables”.

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