Ahora, el reto es mantenerse en una industria feroz, donde tener una voz independiente y autoral no siempre es sencillo. Lo que abundan son encargos, productos marcados por algoritmos y fórmulas que funcionan en la taquilla. Apostar por otros temas, por un cine social, con mirada crítica y personal, cuesta más.
Belén Funes debutó en 2019 por todo lo alto. Presentó en el Festival de San Sebastián su notable debut, La hija de un ladrón, y pocos meses después, en febrero de 2020, lograba el Goya a la Mejor dirección novel. Han pasado cinco años para que estrene su segunda obra, Los tortuga —que ya se puede ver en salas—, otra prueba de su talento. Un filme excelente que muestra su sensibilidad, su inteligencia para hablar de temas importantes sin subrayar y para hacer un cine social sin recurrir a lo melodramático.
A pesar de ese Goya, Belén Funes tiene claro que “la segunda ha sido más difícil que la primera”. Dice que por muchos motivos, pero principalmente porque una tiene muchos más ojos encima. “Cuando haces la primera piensas que estás allí por casualidad. Yo no vengo de una familia de gente del cine ni nada. Ahora parece que tengo una reválida delante que hay que aprobar. El otro día hablaba con una colega y ojalá pudiéramos hacer todas las películas como hicimos la primera. Pero no podemos. No se puede volver atrás”, cuenta la cineasta, que triunfó con este film en el pasado Festival de Málaga llevándose la Biznaga de Plata y los premios a la Mejor dirección y al Mejor guion, escrito junto a Marçal Cebrián.
También fue difícil porque Funes no es una directora que, como Woody Allen, tenga cientos de ideas en un cajón y pueda escoger una casi al azar. A ella las películas le salen de las entrañas, y la segunda película tenía que ser esta. “Es que yo quería hacer esta y no otra. Yo no tengo 20 proyectos y pienso que ahora voy a sacar uno u otro. Además, fue una película cuya escritura fue muy difícil, porque contiene un montón de universos distintos y todo dialoga entre sí”, recuerda del proceso de creación.
En su corazón, Los tortuga esconde una historia sobre el duelo, sobre cómo superar una muerte. Pero lo que en el cine se cuenta como un proceso casi interno, sin más condicionantes, en la película de Belén Funes encuentra un acercamiento radicalmente honesto, político y social: el duelo, como todo, está atravesado por una cuestión de clase. ¿Cómo se puede superar una muerte cuando una está pendiente de que no la desahucien o de que no puede pagar la universidad de su hija? Es lo que le ocurre a las dos protagonistas, madre e hija, interpretadas de forma sobresaliente por Antonia Zegers y Elvira Lara.
Hasta dar con esa idea central que atraviesa todo el filme, les costó un año. “Esto es una película sobre el duelo, pero si estas dos personas estuvieran en otra familia, sería una película completamente distinta. La situación de presente de ellas es la que es. La realidad es la que es, la precariedad es la que es y todo eso está condicionando la forma en la que ellas están haciendo este duelo. Pero tardamos mucho en descubrir que la película era eso”, confiesa con sinceridad.
Ahora el sistema te echa de tu casa, y eso es muy parecido a lo que le pasó a mi padre cuando se fue de Andalucía porque no podía vivir allí, porque se moría de hambre
Ahí nace otro de los temas que vertebran sus dos películas, “que lo íntimo es político y que lo político interfiere en lo íntimo más de lo que desearíamos”. “Nos fijábamos mucho en el cine de Agnes Varda y en el cine de Mia Hansen-Løve, porque en su cine todo lo que está sucediendo fuera, hay un momento que impacta en lo que pasa dentro. En este caso, los personajes están a punto de perder su vivienda, y en ese contexto todos los afectos y los cuidados están en segundo plano, porque el primer plano es conservar la casa”, subraya.
El título hace referencia a aquellas personas que salieron de sus pueblos, en el sur, para buscar en las grandes ciudades como Madrid una vida mejor. Un exilio masivo y forzado por la falta de oportunidades. En la película todos son tortugas. Esa madre chilena que huyó de su país. Esa hija cuyo padre es de un pueblo de Jaén, pero vive en Barcelona… y hasta ellas mismas podrían volver a serlo si las echan de su casa.
Belén Funes apunta con contundencia esta intención y dice que “es el propio sistema el que te echa de tu piso, el que no te deja vivir en tu barrio porque va a alquilar pisos a turistas”. “En Barcelona, e imagino que en Madrid igual, se está viviendo de una forma muy salvaje. Tú te montas tu vida y te montas tu cuaderno familiar en una ciudad, y hay un día que te dicen que te tienes que ir. Eso es muy parecido a lo que le pasó a mi padre cuando se fue de Andalucía porque no podía vivir allí, porque se moría de hambre. Hay algo muy parecido con este nuevo proceso. Estos flujos migratorios no van a acabar nunca, porque en el fondo siempre estamos buscando cuál es nuestro sitio, dónde queremos quedarnos”, subraya.

Para encontrar la verdad que desprende todo, Funes ha trabajado mezclando a actrices profesionales como Antonia Zegers con otros que se encuentran dentro de su propio hábitat. Las taxistas son taxistas reales. Las personas que trabajan los olivos en Jaén también. Se forma un juego entre la realidad y lo recreado que eleva su propuesta. Un juego que quizás el espectador no sepa, pero que la directora confía en que le llegue gracias a “ese naturalismo que es muy difícil de conseguir”. Personas que, de alguna forma se interpretan a sí mismas, pero con infiltradas para ir avanzando en la escena.
Belén Funes es, además, uno de esos ejemplos que rompen con el clasismo del cine español. Nació en Ripollet y nadie en su familia se dedicaba al cine. “Mi madre trabajaba en una fábrica de pantalones, a ver en qué momento se me ocurre a mí lo de hacer cine”, dice con ironía para hacer hincapié en una de sus luchas, que todo el mundo pueda contar sus historias venga de donde venga, algo que cree que cada día está más cerca: “Creo que se han quedado atrás esos días de ese puro elitismo de la élite intelectual de los que hacían el cine. Yo creo que cada vez eso va a pasar más, pero es verdad que la barrera económica sigue porque es muy caro estudiar cine. Es tremendamente caro. Imagino que eso se soluciona con muchas becas. Pero no es solo la barrera económica, es también la falta de referentes”.