Para cuando le fue concedido en 2016, de hecho, el galardón también iba destinado a sus hermanos Antonio y José Luis. Y estos ya llevaban muertos bastantes años. José Luis Ozores en 1968, cuando Mariano apuntaba a coronarse como el director más taquillero del cine español. Antonio Ozores en 2010, tras aparecer con regularidad en casi todas sus películas. Mariano Ozores tuvo que recibir el Goya de su parte, y tras la resistencia que había habido en la Academia a realizar ese gesto se mostró seguro de sí mismo: “Creo que me lo merezco, porque he hecho 96 películas que tuvieron una taquilla magnífica y llevaron al cine a 90 millones de espectadores. Es un premio a la constancia”.
Mariano Ozores nunca infravaloró el trabajo propio. Tampoco pretendió contradecir a los numerosos detractores que surgieron durante su trayectoria, pero estaba convencido de que había una razón para un triunfo tan alargado en el tiempo. “Las críticas a mis películas nunca han sido las que un director quisiera escuchar, así que me quedó con el cariño del público que siempre ha estado a mi favor”. La taquilla era la prueba que necesitaba. También la certeza de que, con su producción hiperactiva, había contribuido a cambiar de forma inapelable la industria del audiovisual español, siendo capaz al mismo tiempo de ofrecer una imagen nacional con la que el público pudiera reconocerse.

Hablar del cine de Ozores es hablar del desarrollismo, del landismo y del destape. Es decir, hablar de las distintas mutaciones que ha atravesado la comedia española (junto al país en general) durante medio siglo, y que se alargan a nuestros días con un modelo productivo que tampoco se distancia mucho de aquél donde el “ozorismo” prosperó. Por el dibujo picaresco de los personajes y la rabiosa actualidad de los temas tratados, así como también por el progresivo mantenimiento de un star system que incluía a cantantes, artistas de variedades e intérpretes capaces de rendir en papeles dramáticos. Todo esto lo cobijó el cine de Ozores, proviniendo de una familia de actores y llegando él mismo a plantearse actuar.
Pero no era lo suyo. Nacido en 1926 en Madrid, durante la adolescencia trabajó con la compañía teatral de la familia, hasta decidir que se sentía más cómodo con la escritura. Mientras sus hermanos José Luis y Antonio se abrían camino, él hizo sus primeros pinitos en la televisión y contrajo matrimonio con Teresa Arcos, actriz a cuyo lado permanecería hasta su fallecimiento en 2019 y tendría una hija que, aun dedicándose al cine —a la traducción de guiones, concretamente— nunca acapararía los focos de sus primas Adriana y Emma. Tras desarrollar el programa Aeropuerto Telefunken para Televisión Española, el debut de Marino Ozores como director tuvo lugar en Las dos y media y… veneno. Era 1959 y le acompañaban José Luis y Antonio delante de las cámaras. Algo que se convertiría en una costumbre.
Abriendo EspañaLas dos y media y… veneno era una comedia negra con un tono algo más agrio del que se asociaría a la obra posterior de Ozores. De hecho, el director tardó en dominar un estilo característico, pues a esta época iniciática pertenece también un film inclasificable como La hora incógnita: los hermanos Ozores, junto a Emma Penella, se veían envueltos en la amenaza de un holocausto nuclear, que habría fijado como objetivo una ciudad española. Aunque reivindicada en años posteriores, el público no conectó con La hora incógnita y llevó a la productora que había fundado Ozores (La Hispánica) a la quiebra. A partir de lo cual el joven director se comprometería a propuestas con mejor encaje en la sensibilidad de la época.

Quizá por ello también corresponde a inicios de los 60 su labor como brazo mediático del franquismo. Ozores estuvo involucrado en el documental de José Luis Sáenz de Heredia Franco, ese hombre, y en 1965 dirigió él mismo Morir en España: la respuesta patriótica al reciente documental francés Mourir à Madrid, que arremetía contra el régimen. Ya entonces acostumbraba a escribir guiones a toda velocidad —de esta época datan un par de películas con las gemelas Pili y Mili que llevaban su firma—, y a partir de Hoy como ayer optó por alejarse del aparato franquista para, simplemente, no significarse. Las comedias sucesivas observarían la inmediata realidad española, solo que sin intención de criticarla.
Así se instauró el modelo Ozores. Argumentos pegados a algún suceso cercano que afectara a la sociedad española, beneficiándose de la vis cómica de las grandes estrellas de la época mientras, ocasionalmente, respondían a alguna tendencia del cine extranjero. Las películas de la “tetralogía operacional” (Operación Secretaria, Operación Cabaretera, Operación Mata Hari y Operación BI-KI-NI) tenían en común tanto la presencia de Gracita Morales y José Luis López Vázquez como la leve parodia de la saga de James Bond que estaba despegando en los 60, y usaban de telón de fondo la apertura de España al mundo en tanto a la afloración del turismo, los bikinis y las “alemanas”.
Ozores se sumergió alegremente en una extenuante dinámica productiva, rodando hasta cinco películas por año y repitiendo una y otra vez con los mismos actores. ¡Cómo está el servicio!, éxito de taquilla basado en una obra teatral de Alfonso Paso, antecedió una providencial unión con Manolo Escobar de cara a En un lugar de la Manga —donde sonaba el idiosincrático tema Moderno pero español—, mientras Ozores acudía raudo a suscribir otros fenómenos de público como las películas de Peret, los estrellatos de Lina Morgan y Paco Martínez Soria o, sí, las desventuras de Alfredo Landa. En 1973 dirigió Manolo la nuit.

Las películas se rodaban a una velocidad extrema, con un sólido rendimiento en taquilla que desaconsejaba los cambios de tono en favor de estampas reconocibles y familiares. Una de las mejores películas de Ozores, Crónica de nueve meses, proponía un argumento coral en torno a cómo varias parejas afrontaban el embarazo, con una sorprendente sensibilidad que tampoco permanecería ajena al ánimo exploit de Ozores: por eso estrenó en el 70 una secuela, Después de los nueve meses, y mucho más tarde, en 1984, tuvo la ocurrencia de rodar un remake titulado El pan debajo del brazo con un guion idéntico, pero actores distintos.
Entretanto, el director capitaneó ufano el landismo con Jenaro el de los 14, Dormir y ligar: Todo es empezar o alguna que otra sumisión a una comedia romántica más sutil, caso de Celedonio y yo somos así en el 77. Un año, por otra parte, de Transición. De franquismo a la democracia, y de landismo a destape.
Las mismas películas para un nuevo paísEn 1979 a Izaro Films se le ocurrió juntar a dos grandes cómicos de la época que nunca habían actuado juntos: Fernando Esteso y Andrés Pajares. Mariano Ozores, de forma simultánea, estaba escribiendo un guion a partir de la nueva legislación del juego en España, y así es como nació Los bingueros. Un taquillazo histórico, 197 millones de pesetas, que condujo a que durante los siguientes seis años Ozores siguiera colaborando con Esteso y Pajares. Juntos (Los energéticos, Agítese antes de usarla, la parodia de Rocky Yo hice a Roque III) o por separado (el western bufo Al este del oeste con Esteso, El currante con Pajares) pero siempre habiendo espacio para su hermano Antonio en un papel secundario.

El destape seguía las mismas mecánicas que el landismo, con la diferencia de que las mujeres aparecían con menos ropa. Ozores mantuvo en esta etapa su interés por escribir pegado a la actualidad —así dirigió ¡Que vienen los socialistas! con José Sacristán augurando la victoria de Felipe González, y un par de comedias sobre la legalización del divorcio—, al tiempo de permitirse algún devaneo excéntrico, como cuando puso a Esteso y Pajares a protagonizar una comedia claramente codificada para el público infantil: Padre no hay más que uno. Pasaban los años y el director no perdía su pulso con la taquilla, acudiendo raudo a cubrir cada estallido mínimamente popular que surgiera entonces. Por ejemplo, rodando La loca historia de los tres mosqueteros con el dúo Martes y Trece.
Pero a finales de los 80 la cosa cambió. Dejando atrás las comedias rompetaquillas de Esteso y Pajares, el director encontró una suerte de reemplazo en el dúo que formaban Juanito Navarro con su hermano Antonio (para Los obsexos o El equipo Aahgg), empezando a ser este último una presencia central gracias a una fama que no había dejado de crecer. Ozores pasó a dirigir vehículos exclusivos para el lucimiento de su hermano pequeño (¡No hija, no! o ¡Esto sí se hace!), rodando incluso de forma directa al vídeo en lo que apuntaba a ser el declive de su carrera. Hasta que, en 1990, entró Enrique Cerezo en escena.
Fue así como financió Disparate nacional, a la que le siguieron Jet Marbella Set y Pelotazo nacional: todas ellas comedias que pasaban a reírse de la fiebre urbanística de aquellos años sin variar en exceso la fórmula. Ozores mantenía a su lado la tropa habitual de intérpretes (Navarro, Fedra Lorente y su inseparable hermano), y entonces quiso trasladar su impronta íntegra a la televisión: ahí fue donde se torció todo. La sitcom Taller mecánico, donde Leticia Sabater encarnaba a la hija de Antonio Ozores, tuvo un éxito razonable que Mariano quiso prolongar con El sexólogo en 1993, estallando entonces la polémica.

En esta segunda sitcom Antonio interpretaba al sexólogo titular, y Florinda Chico aparecía diciendo “Todas las mujeres llevamos dentro a una furcia dormida”. No era mucho peor que las lindezas que tantos y tantos personajes habrían dicho durante el cine de los 60 y los 70, pero los tiempos habían cambiado. Felipe Alcaraz, diputado de Izquierda Unida, dijo que era telebasura. El Instituto de la Mujer solicitó la retirada de la serie por su rampante machismo, y una vez TVE canceló la emisión tras dos capítulos la ministra Cristina Alberdi mostró su satisfacción diciendo que era una serie “deleznable por hacer apología de la violación”.
Ozores había querido reubicar el ozorismo en los 90, y aunque Luis García Berlanga le defendiera llamando “mccarthismo” a la reacción en contra, El sexólogo estuvo inédita hasta que Antena 3 la emitió tiempo después en horario late night, retitulándola La noche de Ozores. Años después Ozores sostenía que su carrera no había podido seguir adelante por motivos políticos, aunque no parecía desagradarle aquella ¿impuesta? jubilación tras décadas trabajando a ritmo estajanovista. No hubo ozoradas desde El sexólogo pero, por supuesto, eso no significó que la industria olvidara a Ozores. De muchos modos, su forma de entender el entretenimiento (y lo español) permanecen en el centro de nuestro cine comercial.