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Un Netanyahu en plena huida hacia adelante va a responder a Irán, y sólo EEUU puede evitar lo peor

Un Netanyahu en plena huida hacia adelante va a responder a Irán, y sólo EEUU puede evitar lo peor

Que Israel va a responder al ataque realizado por Irán el sábado pasado no plantea duda alguna. De hecho, cabe suponer que cuando Benjamín Netanyahu ordenó el ataque a la sede consular iraní en Damasco, el 1 de abril, era sobradamente consciente de que Teherán no iba a asumir pasivamente el golpe. Es más, Netanyahu estaría hoy muy decepcionado si el bombardeo iraní no se hubiera producido, porque habría echado por tierra su plan.

Un plan que buscaba salirse de la dinámica de estos últimos meses, en la que quedaba claro que Irán se limitaba a dejar que sus peones regionales mantuvieran la tensión con “la entidad sionista”, pero cuidando de que no terminaran por provocar una escalada regional que desembocara en una guerra abierta con Israel, consciente de que saldría muy mal parado dada su inferioridad de fuerzas frente a la alianza entre Tel Aviv y Washington.

Lo ocurrido desde ese día le permite ahora a Netanyahu volver a presentar a Israel como víctima –obligado a responder–, distraer la atención internacional sobre la masacre que sigue realizando en Gaza y anclar aún más a Estados Unidos a su lado para lo que pueda venir. Todo ello pensando mucho menos en los intereses de su país que en sus problemas personales, tanto por el deterioro de su imagen como garante de la seguridad de sus ciudadanos, arruinada tras lo sucedido el pasado 7 de octubre, como por el riesgo de que se produzca un adelanto electoral que supondría su caída política y su previsible condena penal.

Lo que corresponde ahora, por tanto, es vislumbrar qué tipo de acción va a realizar Israel. En términos de mayor o menor probabilidad, lo más previsible es que lleve a cabo un ataque puntual y limitado. Pero de ningún modo puede descartarse que Netanyahu aproveche la ocasión para ir más allá, lanzando una campaña militar más ambiciosa con la intención última de eliminar, o al menos degradar seriamente, a quien Israel identifica desde hace tiempo como su principal amenaza de seguridad, muy por encima de la que suponen los grupos armados palestinos o milicias como Hizbulá o Ansar Allah.

Si Israel se limita a restaurar la disuasión para volver al statu quo previo al 1 de abril, las fuerzas armadas israelíes tienen muchos objetivos potenciales a su alcance. Puede simplemente repetir lo ya hecho en centenares de ocasiones, golpeando a algunos de los peones iraníes en la zona, comenzando por la milicia chií libanesa y/o el grupo Resistencia Islámica de Irak, en la medida en que ambos han participado en el ataque iraní, lanzando algunos misiles contra la base aérea israelí de Kila (en los Altos del Golán sirios, desde donde salieron los cazas que llevaron a cabo el ataque contra la sede diplomática iraní en la capital siria).

Pero, dado que el grueso de los drones y misiles empleados salieron de suelo iraní, es mucho más probable que Tel Aviv desee enviar un menaje más contundente, golpeando directamente en territorio iraní. Tiene a su disposición múltiples objetivos, empezando por las bases desde las que han partido los lanzamientos y siguiendo por otras instalaciones militares, especialmente las del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán, los pasdarán a los que Israel pretende que toda la comunidad internacional termine por calificar como una entidad terrorista; sin olvidar las instalaciones en las que se fabrican los drones Shaeed-136 empleados en la primera oleada del ataque del 13 de abril.

En ese mismo apartado hay que incluir igualmente todas las instalaciones relacionadas con el controvertido programa nuclear iraní, tanto las plantas de Natanz con sus miles de centrifugadoras, la planta de agua pesada de Arak y la de enriquecimiento de uranio de Fordow, como la central nuclear de Bushehr, la planta de procesamiento de Isfahán o los dos reactores de investigación activos en la actualidad.

¿Ataque puntual o campaña prolongada?

La clave estará en decidir si el ataque a cualquiera de esos objetivos será puntual –lo cual no servirá probablemente para destruirlos, dado su alto nivel de protección–, o sostenido en el marco de una campaña prolongada durante semanas o incluso meses. En cualquiera de los dos casos, y a pesar de su abrumadora superioridad con respecto a las capacidades iraníes, Israel no solo necesitará el permiso, sino también la implicación directa de Estados Unidos para llevarlo a cabo. Cualquiera de esos blancos está a más de 1.000 km de territorio israelí y para llegar hasta ellos Israel solo tiene aviones (incluyendo los muy avanzados F-35 estadounidenses) y los misiles Jerico II y III. Eso significa que, en primer lugar, necesitará el permiso de Jordania y/o Arabia Saudí para llegar al espacio aéreo iraní, lo cual no puede dar por descontado. Pero es que, además, sobre todo si se trata de una campaña prolongada, está fuera de su alcance sostener el esfuerzo bélico sin contar con el apoyo estadounidense, tanto en inteligencia como en munición y reabastecimiento en vuelo.

En definitiva, solo queda por comprobar si esa dependencia sirve para que Joe Biden –que ha señalado que Tel Aviv no puede contar con Washington para una acción ofensiva contra Teherán– finalmente se decida a emplear las palancas diplomáticas, económicas y militares que tiene en sus manos para evitar que Netanyahu, en plena huida hacia adelante, termine por provocar lo que racionalmente nadie puede desear en Oriente Medio.

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