
La tarde de resaca electoral es tranquila en Montreuil. Quedan pocas horas para el partido de les Bleus, y dos hombres charlan en las escaleras del edificio del ayuntamiento gobernado por un alcalde del Partido Comunista. Un vecino lee a los pies de una estatua. Varios vendedores ambulantes cocinan carne y maíz a la salida del metro. Los niños corretean y juegan con patinetes. Los trabajadores caminan de vuelta a casa. En un país que acaba de dar la victoria a la extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas, el partido de Marine Le Pen apenas ha rascado un 9% de los votos en esta localidad a las afueras de París.

















