Vivo en una ciudad de la frontera. Salgo cada día de mi casa a las nueve de la mañana, hago una hora de camino en coche y llego al trabajo a las nueve en punto. En algunas ocasiones, incluso, si voy con prisa, llego a las nueve menos cinco. Esa especie de viaje en el tiempo, disfrazado de cambio horario, lo experimentamos a diario los cientos de extremeños que vivimos en España y trabajamos en Portugal. Salgo a las nueve de la mañana de Badajoz y llego a la Universidad de Évora, en el Alentejo, a las nueve en punto.