Las supermajors, ya sean empresas privadas como ExxonMobil, Shell o BP, o estatales como la saudí Aramco o la emiratí Adinoc, siguen apostando al negro, a sus tradicionales negocios de combustibles fósiles. Aunque sus registros contables consignan millonarios flujos de capital vinculados a criterios Environmental, Social & Governance (ESG). En teoría, los ESG han proliferado entre las preferencias de los inversores y en las configuraciones de sus carteras de capitales.
La premisa que revistió al combate contra la catástrofe climática de un manto de optimismo durante el bienio post-Covid, en el que se acumularon inversiones ESG por valor de 35 billones de dólares anuales en 2020 y 2021 e infundió esperanza para alcanzar las emisiones netas cero de CO2 en el ecuador del siglo, está dejando en 2023 un rastro de falsedad.
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